Sólo queda un cenicero sospechosamente lleno y una botella comprensiblemente vacía.
Los dedos, ligeramente entumecidos...la cabeza, igualmente anestesiada... una visión, un presentimiento.
Un vacío en el corazón. Un calor que no llega.
Una esperanza que sigue ahí. Ni flechas, ni alcohol, ni diarrea verbal.
Somos lo que merecemos. Soy el que siempre he sido.
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